Inhabitable

Con el tiempo, comprendí que mi relación contigo implicaría grandes aprendizajes. Mi reflejo, puesto en ti, en tu manera de ser, en tu forma de ver la vida y de sentir, sobre todo, me ayudan a ver grandes verdades y grandes simulacros, igualmente.

De un momento a otro, estar contigo representaba estar de fiesta constantemente, un día libre, una noche inundada de luces. Luego turbulencias. Decidir continuar, como quien se descubre el corazón más rojo que nunca, más vivo que nunca; como quien salta un clavado en un acantilado fuera de todos los mapas. A ciegas, a tientas, conocerte y no llegar nunca a las respuestas que da el braille de tu piel. Sentirte, aquí y ahora. Ayer.

Con el tiempo comprendí que mi relación contigo implicaría grandes aprendizajes. Volver a mí, por ejemplo. Admitir que tu ventaja fue verme antes. Aprender a no despedirme o de hacerlo, hacerlo con la rapidez de un chita corriendo tras su víctima.

Ya no necesito ese coraje. Ya no quiero correr a 120 kilómetros por hora para abrazarte y despedirme. Ahora busco sumergirme en la distancia de tu nombre, sin paracaídas, sin piruetas, sumergirme. Aullar bajo otra luna y ser también yo la luna.

Con el tiempo comprendí que mi relación contigo implicaría grandes aprendizajes. Aceptar que viajar no es sólo alejarse, porque viajar también significa acercarnos al centro de lo que naturalmente somos, sin efectos especiales. Descubrir que en un día entero cabe la vida completa, con todas sus partes. Y yo viajé contigo. Yo lamí tus lunares, yo memoricé tus huellas, yo estuve ahí, con el corazón más rojo que nunca, más vivo que nunca, yo salté por tí, un clavado a un acantilado fuera de todos los mapas, yo nunca aprendí a despedirme.

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